REFLEXIÓN: LA VIDA DEL ESPÍRITU



Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Hannover pero creció en Königsberg, la ciudad donde residió Kant, en el seno de una familia judía. Fue una de las mujeres más influyentes del siglo XX.
Tras ampliar sus estudios en tres universidades, obtuvo el doctorado a los 22 años en Humanidades en la Universidad de Heidelberg. Dedicó gran parte de sus textos filosóficos a la filosofía política y a desmontar los totalitarismos, en especial, el régimen nazi.

En la introducción de La vida del espíritu de Hannah Arendt se tratará el fenómeno de la maldad humana. Afirma Arendt en este fragmento que la maldad no es tal y como nuestra tradición cultural nos ha hecho creer. Defiende que en realidad la maldad no es producto de ninguna motivación o de una profunda creencia ideológica o de la falta de inteligencia, sino más bien, de la mediocridad que se encuentra en la falta de una reflexión en relación a las acciones que llevamos a cabo.
La maldad, tal y como afirma en el texto, habitualmente se identifica con emociones y sentimientos negativos tales como el odio, la envidia, el sentimiento de superioridad o, por el contrario, de inferioridad frente al otro. Es un concepto clave en la reflexión de Arendt ya que como ella afirma, detrás de una acción como la que llevó a Eichmann* a juicio, esperamos ver una persona malvada, malévola ‘demoníaca y monstruosa’, pero no, lo que se encontró fue a un burócrata mediocre que solo cumplía órdenes de un superior y no veía la realidad más allá de los documentos que se afanaba en sellar. La realidad, otra palabra significativa en el fragmento, ya que Eichmann vivía una realidad muy diferente de la vivían los judíos a los que subían a los trenes para morir por orden suya, ni la realidad que vivían aquellas personas que lo juzgaban. La realidad de Eichmann era que él cumplía con su trabajo y hacía lo que tenía que hacer, tenía un compromiso y eso es en lo que basaba su defensa. No pensaba en lo que hacía, solo actuaba.
Arendt considera que la filosofía ha calificado habitualmente el pensamiento como aquello que libera a los seres humanos. El pensamiento hace posible que comprendamos los fenómenos que se producen en el mundo, pero si no va de la mano de la acción, no sirve para nada. La acción es lo que nos hace intervenir en el mundo y llevar a cabo aquello que el pensamiento propone, la una sin el otro, no son nada. Esto está estrechamente relacionado con la idea de Arendt de que aquellas características que nos hacen propiamente humanos son pensar y actuar. Pensar y actuar son la manera que tenemos de interactuar con el mundo que nos rodea y, por tanto, es aquello que nos hará libres. Pero, cuando ejercemos nuestra libertad, cuando no pensamos en aquello que hacemos, podemos caer en acciones y conductas como las que ella describe y adjudica a Eichmann. Arendt publicó después del juicio a Eichmann una reflexión en la que explicaba lo que ella consideraba la banalidad del mal, y es que, como se pregunta en el fragmento, ¿podemos ser malas personas si no tenemos intención de serlo? Si no pensamos las consecuencias de aquello que hacemos y nos limitamos a hacer aquello que nos pide una autoridad o un superior sin cuestionarlo, ¿somos culpables nosotros de las consecuencias?
Arendt opina que sí, seríamos culpables ya que nuestra capacidad de elección ante una situación que pide de nosotros que tomemos una decisión, es la que marcará en el futuro nuestra culpabilidad o nuestra inocencia. El ser humano, para Arendt, es capaz de crear mediante el pensamiento y la acción, y aquella persona que deja que alguien escoja por ella, la que prefiere obedecer a pensar, la que no reflexiona y se cuestiona las cosas, se convierte en un objeto, se cosifica.
En su obra, acusa a Eichmann de ser un engranaje más de la maquinaria nazi, un burócrata que se limitaba a cumplir órdenes, pero esto no le exime de la culpa, al contrario, participó en la tragedia del holocausto no como un elemento pasivo, sino como un responsable directo. Eichmann afirmaba que no cuestionaba órdenes, que él no era quien para juzgar aquello que se le ordenaba hacer. Arendt, sin embargo, opina que ante una orden que consideramos inmoral, tenemos la capacidad y el derecho de negarnos a cumplirla, podemos ejercer nuestra libertad negándonos, pero los sistemas totalitarios consiguen hacernos ver a nuestros vecinos como enemigos, una cosa que no pasa nada si eliminamos, porque no es como nosotros. En palabras del existencialismo, son el Otro, el no esencial.
Por último, me gustaría tratar el tema de los totalitarismos desde su punto de vista, y es que según la percepción de Arendt, este tipo de sistema consigue que personas ‘normales’, personas corrientes, cometan acciones monstruosas sin remordimiento y sin ponerlas en duda. Los totalitarismos crean un sistema mediante el cual convierten a otras personas en cosas, en medios para llegar a un fin. Anulan el juicio de las personas mediante el adoctrinamiento y la propaganda (y las actualmente tan famosas fake news) y hacen que personas corrientes participen de manera directa e indirecta en atrocidades. Desde esta perspectiva, obedecer les libra de cualquier responsabilidad, de cualquier culpa, ya que el artífice real de la acción es la persona que la ordena y a esa persona le tienen terror.
Afirma Arendt que es el terror el motor del totalitarismo y la violencia, su herramienta. El remordimiento o la mala conciencia no aparecen si deshumanizas al enemigo. Solo las malas personas tienen la conciencia tranquila, afirma Arendt, aquellas que no reflexionan acerca de las diferentes posibilidades que hay frente a una acción ni de las posibles consecuencias. Solo tienen buena conciencia aquellas personas que son ‘auténticamente malvadas, criminales’, consideran que han hecho lo que han podido con lo que tenían, que no había más opciones y se autocomplacen pensando que no estaba a su alcance obrar de otra manera.
Para concluir, vemos que según Arendt, mediante el terror y la violencia, se consigue someter la voluntad de las personas. El sistema totalitarista es el responsable no solo de la deshumanización del otro, sino también de uno mismo. Las ideologías que se esconden tras los totalitarismos, el adoctrinamiento y la propaganda, pueden cambiar el juicio de personas corrientes, sin atisbos de maldad, que no se sentirán responsables de las acciones llevas a cabo gracias, en parte, a sus actos. De esta forma, pienso que Arendt responsabiliza no únicamente al sistema por corromper a las personas, sino también a ellas mismas por no reflexionar sobre los actos que deciden llevar a cabo. Por tanto, no es más culpable el artífice del sistema que aquel que ejecuta la acción y afirmar que algo se hace siguiendo una orden de un superior, no nos hará menos culpables de una acción ya que siempre podemos negarnos a cumplirla si después de reflexionar, decidimos que no nos parece moral.
Tras esta reflexión, os invito a pensar sobre su vigencia en los acontecimientos que vivimos hoy en día. Estaré encantada de comentarlo con vosotros. Espero que os haya resultado interesante su lectura.
*Adolf Eichmann fue un alto rango en el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los mayores organizadores y responsable directo de la solución final (proceso que involucró la deportación sistemática y exterminio de toda persona clasificada como judía por los nazis independientemente de la religión que profesara), principalmente en Polonia, y de los transportes de deportados a los campos de concentración.

Comentarios

  1. Enhorabuena, está muy bien redactado, se nota una lectura profunda. El tema es muy interesante, no he leído a la autora pero se de ella por la película Hannah Arendt que es magnífica. Saludos.

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    1. Muchísimas gracias, espero poder subir alguna otra reflexión pronto :)

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